Cuando el destino nos alcanzó… ¿Qué podemos hacer?
Ante la situación que actualmente estamos viviendo en nuestro país, con el ocaso del sistema político mexicano, con una sociedad en decadencia en donde la corrupción y la impunidad generada desde la cúpula de nuestro gobierno, ha propiciado una crisis económica severa y un clima de inseguridad que atenta sobre el núcleo de la sociedad que es la familia, la gente ha salido a las calles a manifestar su descontento y repudio al gobierno y a la clase política; Esto lo están capitalizando grupos políticos y de poder para potenciar su posibilidad de llegar fortalecidos a las elecciones del 2018 y tomar el control del país.
Por otra parte, el gobierno actual sin un plan estratégico concreto y firme, ha equivocado la política económica seguida en los últimos cuatro años; Adicionalmente el entorno se está presentando muy hostil, sobre todo con el presidente electo del país vecino del norte, que en breve asumirá el control de la nación más poderosa del mundo y cuya estrategia política es el proteccionismo del pueblo norteamericano y demostrar al mundo su poderío, a través de una táctica agresiva que atenta sobre un mundo globalizado capitalista y que descalifica a varios países y México como uno de los países económicamente vulnerable, ha sido objeto de descalificaciones y de amenazas a empresas americanas que operan en nuestro país.
Tomando en cuenta el escenario que se está presentando, la mayoría de los mexicanos nos preguntamos, ¿qué hacer? Para salir del problema y cambiar el rumbo de nuestro país hacia un camino de paz, prosperidad y calidad de vida.
Mientras encontramos la manera de lograrlo, les comento una parábola que leí hace muchos años cuando realizaba mis estudios de maestría y cuyo mensaje hoy más que nunca sigue vigente y considero que puede servir de inspiración para que los mexicanos en conjunto contribuyamos con nuestro grano de arena y propiciar un verdadero cambio en nuestro México lindo y querido.
La parábola de los creamios y los opajanos
Érase una vez un grupo de personas que habitaban una isla idílica. Conocíanse como los creamios, que traducido libremente significa “los afortunados”. Los creamios prosperaban: Los arboles de su isla eran fructíferos; en las aguas circundantes abundaban los peces. Les era fácil alimentar a la población y también exportar sus productos a una isla vecina que era menos fecunda. Los habitantes de la segunda isla se llamaban los opajanos, o los “los que tienen que trabajar con más inteligencia”. Cierto día cuando el jefe de los creamios Fue a negociar con el jefe de los opajanos, se dio cuenta de que este pueblo estaba reduciendo su pedido de productos de creamia. Se preguntó porque. El jefe opajano le dijo que su pueblo estaba “trabajando con más inteligencia” y que pronto no necesitaría ninguna ayuda de los creamios. El jefe creamio quedó impresionado y asombrado. Se preguntaba cómo podía ser esto.
Considerando que la isla de opajea carecía de los recursos naturales que abundaban en creamia. Más aun, según recordaba. Opajea era un yermo cuando la colonizaron. El jefe creamio no entendía aquello de “trabajar con más inteligencia”, y abandono la isla suponiendo que la próxima vez el pedido de los opajanos tendría que ser más grande.
El jefe creamio reflexionó durante varios días sobre este concepto de “trabajar con más inteligencia”, porque íntimamente siempre había sentido cierta inquietud por su isla y su pueblo. Sabía que algún día la abundancia natural de la isla se agotaría, y ¿entonces qué? Había hecho varios intentos de organizar a su gente para enseñarle a sembrar y navegar. Cada vez, la respuesta era la misma: “no necesitamos aprender estas cosas; nosotros somos afortunados y tenemos árboles y aguas y una tierra ubérrima”. Y cada vez, el jefe aceptaba esta respuesta porque no sabía que más decir. Sin embargo, aquella idea de “trabajar con más inteligencia” le volvía a la mente con insistencia.
Por fin reunió a su pueblo y una vez más le dijo que quería enseñarle a sembrar y a navegar. De nuevo sus súbditos respondieron: “no necesitamos aprender estas cosas; nosotros somos afortunados”. Esta vez el jefe les dijo: “los opajanos están trabajando con más inteligencia y ya no necesitan tantos productos nuestros”.
Hubo un silencio de varios minutos. Muchos de los creamios intercambiaron miradas, pero no entendían lo que el jefe quería decir. Este explicó: “creo que necesitamos aprender a trabajar con más inteligencia por si acaso nuestros árboles y nuestras aguas dejan de sustentarnos”. Los creamios se rieron a carcajadas. Incluso dijeron en son de chanza que tal vez el jefe había perdido el juicio o que estaba pasando demasiado tiempo en compañía de aquellos opajanos locos. El jefe acabo por despedir al pueblo y trato de olvidarse del asunto de “trabajar con más inteligencia”.
La próxima vez que el jefe creamio fue a opajea sus habitantes le dijeron que los opajanos ya no necesitaban nada. En realidad, habían comenzado a exportar sus productos a los pueblos de otras islas vecinas. El jefe opajano le informó que según había escuchado, Otros habitantes de las islas consideraban que opajea era ahora más prospera que creamia. El jefe de creamia se alegró por los opajanos pero se desconsoló al pensar en su propia gente. Veía que el pueblo opajano era feliz y que se enorgullecía enormemente de su trabajo. Era un pueblo que todo lo compartía y que trabajaba unido para alcanzar sus metas. En cambio, los habitantes de creamia parecían aburridos y hacían solo lo estrictamente necesario cada di. Reñían por los recursos y no tenían un propósito común.
Cuando el jefe creamio se disponía a partir, el jefe opajano lo llamó y le dijo: “ah, debo decirle que escuche que se avecina una tormenta espantosa”. De regreso, el jefe creamio notó que las aguas normalmente serenas estaban muy agitadas y que el viento era fuerte. Pensó que el jefe opajano tenía razón y que le debía advertir a su pueblo a fin de que se preparara para la tormenta. Cuando llegó a creamia le advirtió a su pueblo acerca de la tormenta que venía. Se prepararon lo mejor que pudieron, pero cuando la tormenta paso, la isla había quedado asolada, las naves hundidas y varios habitantes habían muerto.
Cuando regreso la calma, los sobrevivientes buscaron pescado para comer. Infortunadamente, las aguas que rodeaban su isla ya no ofrecían abundante. Los creamios le preguntaron al jefe que podía hacer; el respondió que no sabía que iban a hacer, pero que él se iba para opajea donde esperaba que lo recibieran y donde pensaba aprender a “trabajar con más inteligencia”. Los creamios se rieron y dijeron que opajea probablemente estaba tan asolada como la isla suya. El jefe asintió, pero de todas maneras se dio a la tarea de hacer una balsa con madera arrojada a la playa por el mar.
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Referencias bibliográficas
documents.mx. (2015). La parábola de los creamios y los opajanos.
El coaching de bolsillo. (2011). La parábola de los creamios y los opajanos.
Consultor de empresas e instituciones